Anhelando una velada morbosa, convencí a mi esposo de que luciara su culo.Mientras las luces se disminuían, me provocaba y se ponía traviesa, hasta que él ofreció ansiosamente sus mejillas para un azote juguetón.Nuestras risas resonaban en la habitación, avivando nuestras ganas de una noche salvaje de juego anal.